jueves, 14 de julio de 2011

Permapicultura en Chile o Contrapicultura.



           Dedicado a mi maestro y amigo Oscar Perone.

      El que no haya escuchado hablar de Masanobu Fukuoka, de Rudolf Steiner, Bill Mollison, o Manuel Oksman; por favor, averígüelo. A mi entender, son como esas burbujas de gas, que por alguna razón se forman en el fondo de un lago y sin importar lo impuro que es, ascienden y explotan en la superficie sin que su contenido se contamine de lodo y se hace viento. Dueños de la simple y gran obra del darse cuenta que nada más perfecto hay que lo que la naturaleza, espontánea y naturalmente (valga la redundancia), hace. Y del conocimiento que permitiría al hombre aprovechar esa naturaleza de manera óptima sin dañarla, sin la pretensión de que ésta, de más de lo que puede en detrimento de sí misma, porque como parte de ella, ese detrimento repercutirá en nosotros.

      Hay que saber que la vida de un ser humano, tal cual somos no dura un siglo, y que un siglo en la historia del universo es poco más de cero, tan poco que de cierta perspectiva es cero, es nada. A menos que entendamos, que somos tal cual, el universo mismo, la naturaleza misma, nuestra vida será tan efímera como una estación, como el tiempo que demora la luna en dar una vuelta a la tierra, o el fugaz electrón al núcleo de átomo que lo sostiene, un cualquier mínimo infinitesimal número ene…un miserable número, un tic en el reloj de la eternidad del tiempo.





      A mí me gusta hablar de las abejas, me gusta saber que están ahí, que revolotean incansablemente cual laboriosas e intransigentes jardineras, cuando las flores necesitan convertirse en fruto. Porque las flores deben ser polinizadas, fecundas. Porque la semilla debe caer a tierra para cuando llegue la lluvia y germinar. Porque hoja, raíz, tallo, flor, fruto y semilla es alimento de todo lo que sobre la tierra vive de forma orgánica. Semilla es una nueva planta y alimento, porque todo lo que de ella se deriva, alimento es. Y así, por la magia de la clorofila y su fotosíntesis, lo que nos toca de sol se reparte a granos de sol para toda célula que ha vivido, vive y vivirá en éste planeta. Que triste sería de la vida del hombre sin miel, manzanas… o chuletas, pero la verdad, será aún más triste.

      Escuchar hablar de la desaparición de las abejas me produce vértigo, espanto. Y no precisamente porque como apicultor perdería mi fuente de ingresos o mi hobby, sino porque presiento que sin ellas (en el mejor de los casos) la tierra quedaría en muy poco tiempo como hace 150 millones de años, después del cataclismo que le puso fin a la gran era Mesozoica. Recuperándose de la extinción de millones de especies… sin humanos, ni abejas, ni plantas con flores. Y alguien pensará “en todo el tiempo precolombino, antes que fuera traída de Europa en el siglo XVI la abeja melífera, nunca este continente que hoy llamamos América tuvo tal biodiversidad, ¿qué falta hacía la abeja melífera entonces?” Bueno, hay que ser objetivos y ver a que velocidad se está extinguiendo la abeja melipona, la trigona y muchas otras especies de ápidos menos conocidos, a la par de los bosques donde sólo viven, pocos dan cuenta de eso, pero les aseguro que esos datos son más espantosos. La historia incontable sería un hito sin precedentes, la súper especie, nosotros, los humanos, los racionales, los que planifican, los que entienden, los que leen y escriben, se auto extinguen masivamente en menos de lo que dura un lustro. Y ese tiempo contará a partir del día en que Apis melífera deje de existir por la causa que sea. Hay que entender que no es un tema trivial, aunque a la inmensa mayoría de la gente no le interese.





      Y es ahora cuando me toca decir: que el que no haya escuchado hablar de Oscar Perone por favor averígüelo, este singular personaje está aquí: www.oscarperone.com.ar  y sobretodo le agradezco haber sido la primera persona en haber puesto humildemente el primer comentario en este blog, cuando nacía, hace ya casi cuatro años, cuando aún confiaba yo, aunque ya un poco escéptico (como alguien que ha ahondado un poco en las ciencias biológicas y en la apicultura), en las formas convencionales de cultivar, o “explotar industrialmente” a las abejas. Sus postulados no sólo desmontan ladrillo a ladrillo las columnas del paradigma de la condenada industria apícola mundial en franca crisis, sino que da bases para enmendar los errores en que ha incurrido, que no son pocos. Dándonos a los que amamos a las abejas mucho más que fe.



      No puedo dejar de agradecer de todo corazón al amigo Esteban Campestre Bruna Hauser y su señora Sonia Campestre por haber creado las condiciones para que se efectuara el pasado 8, 9 y 10 de julio lo que históricamente ha sido la primera exposición del maestro Perone en Chile, en la hermosa y hospitalaria localidad de Puerto Octay. Allí, los que tuvimos la suerte de asistir, fuimos testigos de la impresionante calidad expositiva de Perone, arremetiendo con nobleza, marcado humor, firme confrontacionismo y  convincentes argumentos contra la poderosa maquinaria que ha pretendido sodomizar y esclavizar a lo que él llama "el animal colmena", y en fin de cuenta, a su apicultor. Allí estuvimos apicultores y no apicultores, permacultores y no permacultores, agrónomos, técnicos, ecologistas, místicos, emprendedores y hasta alguien que iluminado por la casualidad, quiso saber que cosa era la Permapicultura, por rara palabra y sin previo antecedente. Todos nos fuimos con la convicción de llevarnos algo valioso a la casa en forma de novedoso y esencial conocimiento. Gracias Esteban.

      Hay gente que necesitamos que nos abran los ojos, por cuanto deben haber voces que nos hagan ver. Así, el que tenga oídos para oír, que escuche.

      El potencial de la apicultura en Chile, está en los bosques, en la inmensa riqueza forestal y el gran índice de endemismo de la mayoría de sus especies melíferas, en la fertilidad de sus tierras del centro y sur, en esos sitos donde el matorral primario aún se conserva  intacto o casi intacto, lejos de la acción corrosiva de los extensos monocultivos y sus manejos. Pero ya se advierte y cada vez más de prisa que los apicultores estamos sumidos en el atolladero de la industria que impone las opciones de crianza y producción, ciertas empresas e instituciones del rubro, que obran de intermediarios, de grandes inversiones, a quienes les costaría mucho reconocer que lo que se plantea, no está para nada carente de razón. Porque es bien sabido que no es al apicultor, al que van las ganancias de su esfuerzo, sino a los grandes o pequeños vendedores de parafernalias e insumos apícolas, y productos de aplicación ya sea como medicamentos, promotores o estimuladores y alimentos suplementarios que no pueden ser otra cosa más que tóxicos para las abejas, por cuanto nada tienen de propóleos, cera, polen o miel. Que la historia de nuestra apicultura convencional tal cual la aprendimos y su siglo y medio de existencia, nada es contra el millón y medio de siglos de existencia de las abejas melíferas en la biosfera de la tierra. Apremia el momento de dar vuelta a esta condición y devolverle a las abejas su condición natural para que exista y existamos. Es cierto, como dijo Martí, que hay cosas que para lograrlas han de andar ocultas, pero otras como ésta, deben ser promulgada a los ocho vientos, por todos los medios posibles.

      Pude ver la voz silenciosa del auditorio que clamaba agradecido en su expresión de júbilo, entre aplausos “gracias Oscar”.